Ocaso

Literatura

07 – 2016

Cuento de ciencia ficción con tintes melancolicos.

Aproveche un concurso de cuento centrado en ciencias para motivarme a escribir y seguir practicando.

Me pregunto cómo he sido arrastrado hasta este momento, en el que veo mi vida centellando ante mis ojos. Este tiempo que parece suspendido, supongo que por el pánico me desborda de adrenalina, lo suficiente para poder apreciar mis últimos segundos. Desearía haber tenido otro final, quizás una muerte más pausada. Supongo que no es lo que muchos desean, pero preferiría haberme despedido de mis seres queridos. Un simple abrazo, eso me bastaría.


O también preferiría morir por mi propia mano; el hecho de que otros hayan decidido sobre mi vida simplemente me enfurece. Cualquier muerte es mejor que este súbito aplastamiento, alumbrado a lo lejos por un último destello antes que se apague todo, mientras me doy cuenta cómo mi existencia se desvanece. ¿Alguien probará que alguna vez hemos existido? Ahora no sólo me queda asimilar mi final, sino incluso mi propio olvido.


Luz ascendente que estremece mis sentidos. ¿Cómo olvidar el tumulto de emociones desbordantes cuando la contemplé? Ilusiones de una esperanza venidera que se tornaban carmesí.


«¿Tú tienes la culpa?», escuché dentro de mí. Aquella pregunta había rondado en mi mente desde aquel día. ¿Tengo responsabilidad de lo sucedido?


He solido responderme con un “no” inmediato. Creo que sólo lo hago porque no quiero sentirme responsable de algo así. Pero la pregunta sigue latente, como si en el fondo reconociera que la negación es a la pregunta, no a la respuesta.


El mundo a veces juega muy sucio; convierte los logros de un ser humano en miseria, en algo digno de aborrecer. Es triste ver cómo la esperanza se marchita y el progreso se pervierte por los deseos salvajes de la humanidad.


Apenas puedo recordar aquel verano. En aquel entonces era un joven intrigado por el mundo y sus misterios, que pensaba que podíamos desentrañar cualquier enigma. Era una época bohemia, en la que tarareaba por horas aquella canción de la chica de los ojos caleidoscópicos.


La recesión actuó como un inoculador de aspiraciones, la atmosfera fúnebre se prolongo durante varios años. Después de tantas décadas de una prosperidad casi inmutable que se había difuminado por gran parte del mundo, la inmundicia nos gobernó. En realidad si ocurrieron algunas crisis como la guerra civil alemana en los cuarenta, pero nada demasiado critico en el referente mundial. Es una fortuna que aquella recesión no haya desencadenado una guerra.


La transmutación de elementos fue algo idílico desde sus inicios. Era casi imposible hablar de ello sin recordar los viejos intentos por crear oro a partir de otros elementos, o alcanzar la inmortalidad con la mítica piedra filosofal. Probablemente nunca se imaginó que un proceso así podría darse en la naturaleza misma, oculto y calmoso, en espera de su descubrimiento.


Nosotros no estábamos intrigados por la transmutación en si misma. La curiosidad y emoción por desentrañar los misterios de la naturaleza era lo que nos había llevado hasta ahí, pero vimos otra posibilidad: tener una nueva fuente de energía. Seríamos inmortales no por la mítica piedra, sino trascendiendo.


Rutherford logró observar la primera reacción nuclear al transformar átomos de oxígeno a nitrógeno por un bombardeo de rayos alfa. Esto condujo al descubrimiento de la división del átomo, la fisión, y llegó a nosotros para usarla como una nueva fuente de energía.


Dediqué meses a aquel proyecto. Ya teníamos varios modelos de la teoría nuclear propuestos gracias a experimentos previos. Fue un trabajo arduo, pues era un área de la física en plena creación. Era comprensible que hubiese varios modelos, algunos casi efímeros. Recuerdo en especial el modelo de la gota de agua, una propuesta simple y llamativa, tratar al átomo con un cierto comportamiento de fluido; sin embargo, justamente en la fisión no predecía resultados satisfactorios.


Teníamos que discernir entre las distintas propuestas. Al final tuvimos que centrarnos más en un tratamiento estadístico; determinar parámetros modificables para condiciones que produjeran cantidades óptimas de reacciones de fisión.


Para la obtención de cantidades grandes de energía se necesitaban reacciones de fisión nuclear de una manera muy frecuente. Divagamos entre distintas propuestas, hasta que acordamos cual era la más factible, la fisión nuclear en cadena. El proceso de fisión artificial consiste en producir átomos fisibles, bombardeando átomos que no lo son, pero que si su núcleo colisiona con determinadas partículas, generan un átomo fisible. De esta manera, la propuesta era simple: utilizar las mismas partículas producidas en la fisión para seguir bombardeando los demás átomos y seguir produciendo material fisible.


El material que escogimos por considerarlo idóneo para el experimento fue el uranio 235, pues al ser bombardeado con neutrones, se produce el isótopo de uranio 236, siendo un átomo fisible y altamente inestable. Su reacción de fisión se da en periodos muy cortos de tiempo, haciéndolo buen candidato para la reacción en cadena.


Era otra época tardamos meses en convencer a algunos investigadores del proyecto. La recesión prolongada de los cincuenta y el añoro por el boom económico posterior a la gran guerra nos dificultaron mucho el que aceptaran la investigación, debido al presupuesto que se necesitaba. Pero al final, con la contribución de muchos, el proyecto fue aceptado. Era un joven tonto, pensé mientras soltaba un intento de suspiro.


Con el apoyo de nuevos integrantes, nos dimos cuenta de un detalle crucial; los productos de la fisión nuclear salían demasiado energéticos. Al tener neutrones con velocidades desorbitantes, sus probabilidades de colisión con el núcleo de otro átomo de uranio 235 eran demasiado bajas; debían ser frenados. El truco fue colocar otro material como moderador, con el cual los neutrones pudiesen colisionar inelásticamente sin que reaccionasen. Es decir, un átomo tal que un neutrón no pueda adherirse a su núcleo, pero ese choque le haría perder velocidad al neutrón. El método no podía ser más eficiente, pues esta energía cinética seria finalmente irradiada en rayos gama, en energía aprovechable.


Los meses de la construcción del reactor fueron arduos. No era extraño el día que tuviese que desvelarme para verificar cálculos. Cuando alguna pieza no encajaba, era realmente frustrante. Los detalles acerca de la seguridad y mediciones no paraban de surgir. Habíamos propuesto la forma de producir energía, pero faltaban instrumentos de medición, un sistema de enfriamiento y una manera detener la reacción en cadena autosostenida.


Durante la reacción se irradia ondas electromagnéticas de alta energía, acuñadas como rayos gama. Fue así como se tuvieron que construir detectores mediante cámaras destellantes; una caja cerrada que contienen un gas de átomos. Los rayos pueden atravesar la caja, tal que al incidir en el gas, este absorbe un poco de su energía, para irradiarla de manera casi inmediata en una onda electromagnética de energía más baja, correspondiente a la luz visible, finalmente esta divisada por fotodetectores. Este dispositivo nos permitió así tasar las reacciones de fisión.


Llegando el día en que se probó el reactor, nadie pudo ocultar su nerviosismo. Verifiqué demasiadas veces que todos los instrumentos estuviesen bien colocados. Estábamos aterrados, pero embriagados de emoción por la promesa de un mundo mejor. Se divagó casi media hora más de la planeada en encenderlo. Después de todo, la crisis no nos hubiera dado segundas oportunidades.


Después de que lo encendimos tardamos varias horas en obtener los resultados. Fueron horas indigeribles. Yo no pude evitar sudar por la tensión que sentía. Intente tranquilizarme un poco imaginándome aquel fenómeno físico. Me quedé viendo fijamente aquella pared de metal como si pudiese ver más allá de esta, como si en ese momento pudiese superar mis propios límites físicosy ver el fulgor del reactor abrumando la habitación. Me imaginé desde el bombardeo de neutrones, estos chocando con átomos de uranio o de grafito, el moderador.
Trataba de imaginarme la ida y vaivén de los neutrones, como si fuese un enorme baile sin parejas, todos yendo en distintas direcciones, provocando conflictos, disputas que generarían división de opiniones y finalmente rupturas.


El momento de gozo no fue un punto de quiebre, no era que de un instante a otro nos diésemos cuenta que el reactor producía una cantidad de energía suficiente para proveer a poblaciones enteras. En realidad, fue más progresivo, con reacciones de un momento a otro en el que se siguió obteniendo datos satisfactorios. Fue un momento súbito y prolongado de emoción e intriga; todo fue perfecto y rogamos por que se mantuviera así. Desde antes habíamos hecho algunas apuestas de los resultados. Perdí, pero eso no evitó que gritara de júbilo el día que celebrábamos en un bar; los resultados habían superado nuestras expectativas.


Todo mi sacrificio valió la pena. En aquel instante me di cuenta que había formando parte de algo mayor, algo increíble, era un cambio en la forma del mundo. Había tenido la oportunidad de contemplar un antes y un después en las tecnologías de producción de energía eléctrica. Fue inevitable que no me llegase a la mente la revolución industrial; probablemente este sería el principio de una revolución energética, pensé en aquel momento.


Así como todo el proceso de combustión en fases que se da en los múltiples pistones para sólo producir que una llanta gire, una y otra vez, logrando así el desplazamiento de un automóvil. La complejidad de toda una planta de energía nuclear es escondida por la simpleza del movimiento mecánico que producía la energía eléctrica. Sencillamente, agua es hervida por ondas electromagnéticas altamente energéticas. El vapor caliente asciende, logrando así girar turbinas, las cuales finalmente la energía irradiada en energía eléctrica.


Cuando al fin pude ver como se ponía en funcionamiento la primera planta de energía nuclear, mi felicidad salió despedida de mí ser. En verdad, irradiaba emoción, no paré de esbozar una sonrisa de oreja a oreja. El observar cómo túsueño y la promesa de un mundo mejor se materializa frente a tus ojos fue algo incomparable.


Nunca hubiese imaginado el resultado fatídico que tarde o temprano llegó. Pensándolo bien, era un tanto previsible, pero nunca medité esa posibilidad. Sus aplicaciones en medicina han salvado vidas; cáncer, fracturas, variedades de padecimientos que pueden ser tratados hoy en día gracias a los avances en física nuclear. Gracias a que las ondas de alta energía atraviesan ciertos tejidos, se pudieron también recrear imágenes para visualizar algunos detalles de un cuerpo humano. Es algo sorprendente. Hace décadas nadie abría concebido la posibilidad de observar imágenes de huesos, órganos, hasta la silueta de tu corazón parpadeante, todo eso visualizado en una pequeña pantalla de carácter fotoscópico.


Pero todo eso ya parece perdido. Me hace pensar que nunca hubo periodos de paz. Prefiero vivir engañado en un mundo idílico ignorando la existencia la guerra. Pero no me es posible.


Una gran crisis internacional se desató. La insostenible atmosfera pacifista se derrumbó. Los demonios de los países involucrados no tardaron en salir a la luz. Inauguraron sus programas de armas nucleares, o al menos eso se comunicó oficialmente. La rapidez de su fabricación no tardó en poner en tela de juicio cuándo realmente comenzó ese programa, pero quedaron escudados en el sentimentalismo patriótico de protección a sus habitantes Todavía me cuesta creer que no lo haya sospechado antes; me resguarde en la calidez de mi ignorancia y sentimentalismos.


Es sorpréndete cómo puede cambiar tanto el mundo entero en un pequeño instante. Todos los elementos que componían la vida parecían interactuar como si se tratase de una armonía, y ahora se desmoronan reduciéndolo al desperdicio.


«Parece como si tu vida careciera totalmente de significado», comenta.


Un error mediático le mostro al mundo la monstruosidad. Cuando vi la imagen de la detonación no podía concebirlo, me derrumbé. Así como aquel día que imaginaba a los neutrones y núcleos colisionando, tembloroso me vislumbré en aquella devastación. Monumento de bruma ascendente, obscurece con ceniza los resplandores estelares. Olor a piel ardiente, fuente de la llamarada que guía a la obscuridad.


No pude dejar de imaginarme allí, desde la explosión arrasando con todo, hasta el sufrimiento de los heridos. Me negué a creerlo. Suplique por seguir viviendo ignorante de todo ese mundo, alejado de la devastación que somos capaces de causar. Desde inocentes niños hasta adultos mayores, familias enteras destrozadas. Cuando apenas me pude captar a mí mismo, me di cuenta de que me yacía en mis rodillas llorando. Sentí que habían muerto por mi propia obra.


«Eres la muerte. Es tu culpa. Tú permitiste que pasara esto». Podía visualizarme a mí mismo.
Después de eso, la guerra acabo rápidamente. Las naciones estaban dispuestas a lanzar más ataques, pero quedaron aturdidas por aquello. Los ciudadanos que apoyaban patrióticamente el programa nuclear se vinieron abajo. Se propagó por el mundo tan rápido que las naciones firmarían por la paz. Había frenado la guerra, pero no la forma en que los militantes habían pensado. No fue el arma que apoyaría al ejército, sino, la que los desmoralizaría.


Millones de ojos en los hogares observando la infamia. Cientos de explosivos callados por alaridos resonantes en las calles repletas de caminantes. Plazas silenciosas quebrantadas por el sonar de diez tambores y cuarenta trompetas en honor a los caídos. Ha sido el movimiento más grande que he presenciado. Múltiples centrales de energía nuclear han cesado sus actividades. Hospitales atiborrados de personas reclamando el abandono de los métodos médicos que usan alguna tecnología nuclear. El pánico generado es sorpréndete, y lo comparto. Pero me es difícil de concebir que todo el progreso de décadas en tecnología nuclear se haya perdido por esto.


«Realmente la energía nuclear causó una revolución, pero para nada la que esperabas». Oí salir esas palabras de aquel rostro mío, sonriente, mofándose de mí.


Esa bomba no sólo acabó con miles de vidas cuando detonó la onda expansiva, pues se propagó por el mundo, apueblando de terror la mente de todo ser consciente. Seguiría acabando con las vidas que la medicina nuclear pudo haber salvado. Una verdadera tragedia, por el miedo que sentimos atacamos aquello que potencialmente puede ser un arma, aun con los incalculables beneficios que también puede dar. Mientras aquellos prejuicios y motivos por los que fue creada el arma aún perduran.


El nuevo milenio me había defraudado. Una gran soledad me ha invadido desde el día de la explosión, nunca antes había apreciado lo sólo que me encuentro, han pasado semanas y apenas si he tenido contacto humano. Tal vez piensen que no me importa la situación actual, o puede que vean reprobable tan sólo la posibilidad de que crean que apoye la tecnología nuclear. La apoyo, todavía. Pero ni siquiera he tenido la oportunidad de discutirlo con alguien.


«Si los demás no pensaran que es tu culpa, te estarían acompañando».


Empolvado, brillando en siluetas de suciedad por los rayos solares incidentes en este. En un estado insonoro casi perpetuo, yace mi teléfono en mi escritorio de roble. Ni si quiera mi hija me ha llamado o pasado a saludarme. Sé que no he sido el mejor padre, no he estado en múltiples ocasiones que ella ha requerido mi apoyo. Pero, desconsuela no saber nada de ella. Tal vez yo lo provoque, me merezco que mi hija no este conmigo por las veces que le he fallado. «Supongo que tienes razón».


«¿Es tu culpa?», pregunta.


Si, pienso casi sollozando. Todo esto ha de ser mi culpa, la bomba, mi hija. Yo contribuí al progreso de la física nuclear y su desarrollo en plantas. Pensándolo bien, el paso del funcionamiento de una planta a la tecnología requerida para la construcción de una bomba es endeble. Debí haberme dado cuenta antes, y haber buscado una manera de detenerlo. Yo sólo quería construir un mundo mejor, pensé que una nueva fuente de energía lo conseguiría.


«La bondad puede ser un gran motivante, pero no un objetivo en sí mismo», me reprocha.


«Tal vez», digo con amargura. «Pensaba que podría lograr todo, que mi vida tendría un gran significado. Ahora sólo me recordaran por ser una de las personas que comenzó esto. Pioneros en propagar la muerte por el mundo». Lágrimas brotan humedeciendo todo a su paso.


«¿Y ahora qué? Tu vida ya carece de sentido. Ya no puedes hacer nada. ¿Piensas continuar? », me hace dudar.


«¿Acaso dices que debería de acabar con esto? ¿En verdad todo se ha acabado?, no lo sé. Esa bomba lo cambio todo, la tristeza se difumino en la alegría. Mis sueños perecieron. ¿Que sigue después de perder la esperanza?»


«Nada. No todas las batallas se ganan, hay veces que debemos reconocer con humildad que ya no podemos. Cuando la esperanza se acaba, lo único que queda es darse por vencido», responde.


«¿Podrías tener razón?, ¿este mundo acaso estaría mejor sin mí? Ya perezco en mi única compañía. Los demás no notaran mi desvanecer. Inclusive puede que el mundo haya sido mejor si no hubiera existido. Puede que no haya sucedido nada de esto».


Un momento de silencio perdura, ninguno de los dos dice nada. Me encontraba mirando al suelo, pero comienzo a levantar la cabeza lentamente hasta verlo de frente. Nos levantamos repentinamente, al momento las sillas donde nos encontrábamos explotan como si se estrellasen hacia atrás. Los pedazos saltan hasta desvanecerse en la obscuridad que nos rodea.


«Pero también existe otra posibilidad. Puede que todo haya ocurrido aun cuando no hubiera hecho nada. He sido un verdadero tonto. Cualquier otro físico se las pudo haber ingeniado para crear el modelo de una planta de energía nuclear, inclusive para crear una bomba nuclear»


«Eso no te exime de la responsabilidad», replica.


«Es cierto. Pero brinda una perspectiva distinta. Aunque he de admitir, que el darse cuenta de que uno puede ser remplazado, de que cualquier otro físico podría hacer lo mismo que tu sólo en un par de años más es algo que me entristece. Pero sólo intentaba hacer algo bueno dándole otra fuente de energía a la humanidad. No siento culpa por haber sido pionero en la física nuclear y haber hecho grandes aportes. Fueron aportes importantes, pero fueron parte de algo progresivo, que probablemente llegaría de todas maneras a la creación de bombas nucleares. Pero si siento culpa por no haberme dado cuenta de sus programas bélicos nucleares.

Yo no soy responsable más que de mi propia ignorancia. »


«Ya veo», dice mientras hace una mueca. «Supongamos un sujeto que jala una palanca para salvar la vida de varias personas, pero provocando la muerte de una. ¿Acaso su actuar no genera responsabilidad sobre la muerte que decidió?», me pregunta. «La muerte sería un evento inevitable que llegaría a una u otras personas dependiendo de la posición de la palanca. Pero el adquiere responsabilidad al establecer un juicio de quienes deberían morir y quienes salvarse. Si planteamos que el número de personas es el mismo, ¿Cómo podría este sujeto decidir en qué personas sacrificar y cuales merecen más vivir?»


«Mejor aún. Plantemos números de personas desconocidos para ambas opciones de la palanca. Personas muertas por una bomba y otras vivas por la medicina. Ambas situaciones ocurrieron por el conocimiento de la física nuclear. Tú jalaste una palanca. Tu decidiste sobre la vida de otras personas, decidiste quienes vivirían y quiénes no. Eres responsable de sus muertes.»


Tomándome tiempo para reflexionar por mí desconcierto. Finalmente, replico: «Es cierto, técnicamente yo jale una palanca. Pero lo que dices no se puede reducir a algo tan simple. Lo que discutimos tiene múltiples matices. ¿Cómo te adjudicas responsabilidad de algo de lo que ni siquiera eres consiente, algo lo suficientemente arbitrario para que ocurra años después de la decisión que tomaste? Entonces, con tu argumento cualquier persona que tome decisiones que estén en una gama de posibilidades que podrían estar desembocando en la muerte de una persona, está siempre sería responsable. »


«Tú mismo lo dijiste, el sujeto adquiere responsabilidad por establecer un juicio. Yo no pude establecer ese juicio por lo arbitrario que sería imaginar lo que ocurrirá décadas después ante el desarrollo de la física nuclear. Algo que de todas maneras pasaría sin mí. Yo no cree la bomba, ni los instrumentos médicos que salvan vidas. Sólo propicie su creación. Pero yo, al hacer mi contribución, no lo hice pensando en las personas que lograría matar con eso. Lo hice pensando en todos los beneficios que traerían, que siguen presentes a pesar del temor de la gente. Faltan mejoras en la seguridad de las plantas, es cierto. Algo que potencialmente puede traer beneficios incalculables, o destrucción inimaginable. Ese sería un juicio que en realidad debería hacérsele a las acciones del ser humano.»


«Yo jale una palanca, pero esta no era la última ni la primera para generar estos acontecimientos». «Pasaron décadas», resalto. Tal vez en realidad ni siquiera debería de sentirme responsable por esto. Siendo sinceros, pasaron años de mis aportes hasta que llegase esta situación. Pero aun así, me siento un tanto responsable. Lamento lo que sucedió, pero no puedo seguir perdiendo el tiempo culpándome y autocompadeciéndome.»
«Ya veo», dice sonriente. «Francamente una parte de ti, de nosotros, nos hubiera agradado terminar con esto. Contemplar si hay algo más allá de la muerte. Saber si podemos reencontrarla bailando entre jardines floreados en atmosferas refrescantes por el rocío. Para poder disculparnos. Supongo que tendremos que esperar un poco más».


«Tal vez, todavía podemos hacer algo». Inmediatamente camina bruscamente hacia mí, no me da tiempo de reaccionar y me abraza al instante. Levanto la mirada y me veo con duda y desconcierto. Corrientes emergentes de miles de tonalidades; rosáceos, violetas y ámbar. Todas en contraste con la obscuridad aledaña. Las partículas casi lucidas de su propia existencia que buscaban convergir en mí. Todos procedentes de un cuerpo que parecía mío.


Dos sonrisas radiantes, disfrutando de una copa y su convivencia. Un pequeño instante del tiempo paralizado y enjaulado en un pequeño cuadro de madera. Era un cuadro de mi hija y mi esposa. Volteo para notar que mi escritorio luce como siempre; hojas revueltas, mi teléfono, así como un pequeño librero a un lado que no suele estar ordenado.


Supongo que no me encontraba dormido. Me había perdido en mis propios pensamientos pasándome días analizando lo sucedido. Sobreanalizarme fue un tanto doloroso, emocionalmente hablando. Pero, pensándolo bien. Había traído recuerdos gratos de una forma muy nítida, recuerdos que llenan de una sensación de gozo, para contrastar con la realidad lúgubre que actualmente nos rodea.


Me gustaría que la física nuclear sobreviva a este gran golpe. Pero, aun cuando lo haga, no dudo que habrá quien piense usarla con otros fines, comprendo. Una dura decisión y un tortuoso futuro me esperan.
Veo la imagen de mi hija una vez más y con una sonrisa en el rostro empiezo a teclear su número en el teléfono, me quedo dubitativo. Supongo que me he vuelto un viejo lleno de remordimientos, me digo a mí mismo. Mientras lágrimas corren por mis ojos bajando a un lado de una sonrisa misteriosa inclusive para mí mismo. No puedo comprender realmente porque estoy sonriendo, es una mezcla de emociones muy extraña, pero también las lágrimas no paran de brotar de mis ojos, volteo a mi derecha. En ocasiones la felicidad la obtienes de tus gustos más sencillos, pienso mientras tomo un libro: Física Nuclear. Preparándome para leerlo. Lo replegó en mi nariz sintiendo esos indicios de antigüedad dados por un reconfortante olor mohoso.