Literatura
11 – 2014
Cuento de ciencia ficción con tintes melancolicos.
Es el primer cuento que escribí. La historía se da en la Tierra en un contexto en el que el agua quedo contaminada por radiación debido a una guerra.
Los faros se iluminaron. Corrí agitado de un lado a otro mientras la luz solar se perdía ante la de los faros. Corrí calles y calles sin saber a dónde ir, agitado, sin comprender del todo mis acciones. El cielo ya obscurecía cuando la vi. Me sonrió, provocando en mí una sensación placentera que inundó mi cuerpo. Corrí hacia ella pero me detuve bruscamente, cuando miré el cielo iluminarse por un haz cegador. Todo se volvía polvo, y yo… era polvo.
Desperté angustiado, tiré las sabanas al suelo y volteé en todas direcciones buscando entender lo que sucedía. “Simplemente estaba soñando”, razoné cuando me quité el sudor de mi frente. Giré a ver el reloj a un lado de mi cama, eran las nueve menos cinco. Salté inmediatamente para arreglarme al darme cuenta que estaba retrasado. Cogí la cubeta con agua que estaba al final de la habitación, me quité la ropa y alcanzándome un trapo, lo remojé para frotarlo detenidamente sobre mi cuerpo. Incómodo por la rutina, continué hasta terminar de arreglarme.
Entré en el auditorio con un considerable retardo. Sigilosamente me desplacé, tratando de minimizar el ruido para no ocasionar una interrupción. Tenía mi asiento reservado en la segunda fila, al lado de un viejo colega mío. Apenas si había treinta personas en el auditorio y al frente de éste, se encontraba el Consejo de la Unión Europea, o mejor dicho, de lo que quedaba de esta. Logré escabullirme hasta mi asiento tranquilamente.
—Hola Darren –susurré a mi viejo amigo y colega en tono cordial.
—Buenos días Bernard, tan temprano como siempre –respondió burlonamente.
—Cállate –le respondí sonriendo. –¿Cómo se encuentra la situación?
—No han declarado una posición negativa. Pero… –agachando la cabeza mientras lanza un suspiro– no es que tengan otra opción. Nadie la tiene.
Comenzaba a poner atención a los argumentos sobre el proyecto cuando algo del Consejo me desconcertó: su apariencia.
El Consejo estaba integrado por seis personas, una de ellas una joven de apenas veinte años y cuya plaquita al frente tenía escrito el nombre “Anke Zwaan”. Los demás eran personas mayores, rondando entre los cuarenta y cincuenta años. Sin embargo, ya no aparentaban esa edad. Todos los presentes nos encontrábamos con apariencia deplorable, no solo nos veíamos agotados y con cierto grado de desnutrición notable en nuestra apariencia, también teníamos el cabello cenizo y nuestras ropas sucias y arrugadas. Muchos lo disimulaban con un poco de colorante, pero era algo que de cerca se notaba en la prenda.
Sin embargo, los del Consejo se veían algo diferentes. Parecían pulcros y elegantes, aunque eso no les restaba el ambiente fúnebre con el que iban acompañados. A excepción de la joven, tenían la peor salud de todos los presentes: estaban esqueléticos y algunos de ellos ya ni tenían cabello, similares a viejos en sus últimos años de vida. En momentos interrumpían el debate por fuertes ataques de tos, al grado de ensuciar sus trajes cuando inevitablemente escupían sangre. Observé cómo uno de ellos sacaba un pañuelo y con paciencia frotaba las manchas, esparciéndolas lentamente hasta que ya no se notaran. Sus signos de envenenamiento eran altos, lo cual hacía fácil suponer que limpiaban sus prendas con agua contaminada. Esa escena me pareció enfermiza.
—Elegantes aun ante la muerte. El mundo colapsa y aun así la imagen sigue siendo lo más importante. –Mencionó Darren al reparar en aquella situación, mientras soltaba una risa burlona y llena de indignación, como si tratase de ofenderlos a ellos y a sus principios.
Faltaba poco tiempo para finalizar el debate, el cual se estaba centrando principalmente en la liberación de recursos para la realización del proyecto Indlandsis. Yo continuaba meditando acerca de las probabilidades de éxito del programa. Su objetivo era la construcción de una nave para ir a Marte, recolectar el agua potable accesible en los glaciares de dicho planeta y traerla a la Tierra.
El debate no había logrado responder mis dudas, pues a mi parecer no se había discutido una de las grandes imposibilidades del proyecto. El problema no sólo radicaba en la construcción de la nave debido a la ineficiencia de los programas espaciales antes de la guerra, pues por décadas nos quedamos varando entre la estación espacial y la Luna, sino también a la pérdida de la NASA, por lo que solo contaríamos con las instalaciones del Cosmódromo de Baikonur. Intentar llegar a Marte apenas podríamos soñarlo en nuestra situación actual, pero el ir y volver resultaría algo casi imposible. Sin embargo, lo que más me inquietaba era el hecho de asumir que existe agua congelada en los glaciares de Marte.
—Darren, ¿acaso no los glaciares de Marte están compuestos principalmente de hielo seco? –Le pregunté a mi amigo para esclarecer mi duda.
Mi amigo me miró de una manera extraña, parecía meditar lo que me iba a decir. Se podían notar momentos de duda en él, como si titubease en sus pensamientos. Finalmente me dijo: “No te preocupes. Poco antes de todo esto, vi la noticia de que el Mars Science Laboratory encontró que en la composición del casquete polar marciano era de casi noventa y cinco por ciento de agua”.
Sorprendido por el porcentaje pero extrañado, le continué preguntando. – ¿Pero no el Mars Science Laboratory se encuentra lejos de los casquetes?
—Es cierto, pero tengo entendido que ocurrió una tormenta de polvo que lanzó kilómetros lejos al Curiosity. Parece que fue un simple accidente su llegada a los casquetes polares. Por las situaciones políticas internacionales de ese entonces, esta noticia pasó desapercibida.
—Increíble, parece demasiada coincidencia. –Quedé meditando y percibiendo que Darren aún me ocultaba algo
—No me dirás que comenzaste a creer en la suerte o algún ser divino, ¿eh Bernard? –Me dijo.
—Después de lo que ha sucedido, no creo que caiga mal creer en eso. A veces no basta con pensar lógicamente para continuar, en ocasiones necesitas algo más intuitivo: –Volteé a verlo y le dije. –Esperanza.
Darren me miró fija y seriamente. – Aun la extrañas, ¿cierto?
Ignoré su pregunta aprovechando que nuestra conversación se vio interrumpida por una horda de aplausos. El debate había terminado, solo faltaba la decisión del Consejo para finiquitar la reunión, por lo que sus integrantes salieron un momento del auditorio para tomar la decisión. Tardaron más de una hora hasta que aparecieron para dar el acuerdo al que había llegado la UE.
—El Consejo de la Unión Europea ha tomado su decisión –habló un hombre en un tono imponente y claro–. Ha decidido aceptar la realización del proyecto Indlandsis. Por lo cual les será asignado los recursos solicitados de manera inmediata. Sin embargo, la misión es muy riesgosa. Al estar en la actual situación crítica, el Consejo solicitará el mayor compromiso posible de los participantes. El error no es algo admisible –recalcó–. Por lo que se tomarán diversos protocolos de seguridad en el cumplimiento de la misión, además de la cooperación de quienes realizarán el proyecto en diversos requerimientos, entre los cuales se encuentra la inclusión de la señorita Anke Zwann y David Quiroga en la tripulación de la nave.
El murmullo se levantó ante las palabras de la intromisión de la UE en la tripulación. Darren se mostró muy molesto, pero guardó sus reclamos mientras debajo sacudía ligeramente sus puños tratando de descargar su frustración.
Aquel hombre del Consejo trató de calmar la situación concluyendo. –Les pido silencio. Nosotros debemos de ser diplomáticos, ante situaciones que involucren no solo el bien de la Unión, si no de la humanidad. Lo que importa, es el éxito de la misión, la supervivencia de la especie. Y por ello, ante estos tiempos de crisis, la Unión les solicita su solidaridad y apoyo.
Muchos quedaron quietos, expectantes ante tal situación y guardando resentimiento por la próxima intromisión de la UE. En cambio, a mi parecer fue aceptable el acuerdo del Consejo, y aunque en realidad fue una imposición de su parte, obtuvimos lo que buscábamos: la aceptación del proyecto.
El Consejo comenzaba a retirarse cuando un guardia de seguridad les impidió el paso. Al voltear a otra entrada también la vi bloqueada por otro par de guardias. Nos comenzamos a alarmar ante la reacción de los agentes. Al ver nuestro desconcierto finalmente hablaron.
—Tenemos información de mercenarios en la ciudad. Un grupo de agentes ya se encuentra manejando la situación, pero no hemos recibido información de que ya hayan sido expulsados. Por su seguridad, no podemos dejarlos salir.
El agua es algo esencial para la vida, en particular, para la vida humana, ya que el cuerpo perece a unos días de su ausencia. Ante su escasez, los saqueos no se hicieron esperar, y grupos armados se juntaron como mercenarios. Esto no sorprendió a nadie, era algo predecible en los humanos. Lo intrigante fueron sus frases de batalla, pues como si hiciesen propaganda, aclamaban en sus atracos “Guerra es vida”, queriendo establecer una equivalencia ontológica entre ese par de conceptos para mostrar que su batalla es por seguir con vida. Meditándolo bien, puede que solo sea la manera en que intentan justificar sus acciones, sin pensar en las personas que mueren por la falta del agua que ellos robaron.
Los agentes de la UE en principio no tuvieron problemas al contenerlos, sin embargo, debido a su aumento, hubo pérdidas civiles en los enfrentamientos. Ante estos sucesos, se optó por un protocolo de seguridad que declaraba un toque de queda cuando había presencia de mercenarios dentro de un distrito. Esto redujo las víctimas pero en algunos distritos no estuvieron de acuerdo con el protocolo. Después de todo, al brillar la ausencia de civiles, los agentes podrían ser más corruptibles.
Permanecimos en el auditorio poco menos de hora y media posterior a la reunión. Cuando llegaron más agentes, nos informaron que los mercenarios se habían retirado del distrito. Los agentes estaban ahí para escoltarnos porque nos convertimos en personas de interés para la Unión. Después de que cada quien recogió sus cosas y nos dirigíamos a un lugar más seguro, pasamos por una calle donde supuse habían perseguido a los mercenarios, pues se podían ver grietas en el suelo y las paredes causados por balas.
Mientras proseguíamos, un suceso me dejó atónito: tirado en la calle yacía un tanque de una capacidad de cien mil litros con agua derramándose, el cual fue perforado por una bala, mientras a su alrededor había un tumulto de personas acumulándose para beberla. Algunos se agachaban hasta frotar sus labios contra el suelo y comenzaban a sorber. Otros en cambio, tomaban un trapo y dejaban que este la absorbiese, para después exprimirlo arriba de ellos y beber. Inclusive llegaron a bloquear la entrada de la alcantarilla con unos trapos viejos para evitar que se filtrase. Era una escena realmente deprimente.
Si esa escena era humillante años atrás en tiempos de abundancia, ahora parecía algo natural, algo parte de nosotros. Me sentí deprimido con una mezcla de vergüenza, cuando me percaté de mis labios secos y surgió en mí el deseo de salir corriendo para beber de esa agua. No lo hice, solo busqué animarme pensando que yo y mis colegas podríamos borrar esa situación.
Pasados cinco meses de la reunión con el Consejo, todavía no había información de la llegada de recursos a Colonia. Por suerte para nosotros, era una ciudad que todavía mantenía un poco de armonía, pero eso no evitó que los anteriores meses nos sintiéramos impotentes.
En ese lapso, los colegas del proyecto convivíamos cordialmente, discutíamos un poco acerca de teorías físicas y matemáticas, o en ocasiones nos deteníamos a evaluar la eficiencia de los bocetos de la nave, buscando algún error. Pero eso no evitó que en algún momento nos preguntásemos de nuestro pasado.
Darren menciono cómo logró escapar al sur al comenzar la Cuarta, así como cuando sintió el resplandor del cielo ardiente a sus espaldas, en un atardecer que se prolongó toda la noche tentando con su radiante belleza a muchas personas, quienes en el instante que viraban quedaban ciegas, atónitas y gritando con locura ante su dolor. Darren ante el horrible suceso simplemente se ocultó en una casa y días después consiguió volar a Europa.
Al escuchar la historia de Darren pensé que lloraría; no fue así. Después de todo, no tenía agua suficiente en mi organismo como para poder complacerme con unas lágrimas, mis ojos solo se resecaron más de lo normal y se tornaron rojos. En realidad, hubiese querido poder llorar, para engañar a mi cuerpo y saciar mi sed con unas cuantas lágrimas. Pese a la ausencia de estas, mis colegas notaron mi tristeza y estuvieron a punto de dar la conversación por terminada, pero me negué. No tuvieron el valor de preguntar mi pasado al verme así, lo cual prefiero que haya sido así. No es que hubiese algo que les quisiese contar.
Recuerdo en especial la historia de un colega, Gerardo. Tuvo la dificultad de vagar varios meses hasta llegar al territorio de la UE. En su travesía cruzó por un país colapsando. Mientras lo recorría podía ver las nuevas comunidades independientes formándose. Pensó que la situación sería diferente en la capital, pero se equivocó; era peor. Las calles estaban en caos, saqueos en un lado, disparos en otro. Decidió ocultarse en un complejo de apartamentos para dormir. Una familia lo encontró y le dio refugio. En las noches, la oscuridad reinaba junto con gritos, algunos de auxilio, algunos de desquicio.
Una mañana acompañó al padre de la familia a obtener comida. Había manchas de sangre y botellas rotas por las calles, que despedían el olor característico del alcohol. Había personas tiradas en el suelo que parecían dormir plácidamente, pero probablemente yacían muertos. Las tiendas tenían electrónicos quemados o aplastados por autos que fueron conducidos hasta estrellarse, entre otros destrozos que parecían carecer de motivo. Recorrían las calles viendo algunas personas pasar, cuando se detuvieron ante un hombre que iba con una bolsa con víveres. Sin pensarlo mucho, el padre lo embistió mientras le gritó a mi colega que tomara la comida y corriera, y él en el acto obedeció sin titubeos a pesar de la culpa instantánea que le pesó en el estómago.
Ya llegando al complejo, nos mencionó que visualizó un montículo de electrónicos que había ignorado la noche anterior, compuesto desde celulares, computadoras, hasta focos y televisores. Al entrar al apartamento se encontró ante una habitación alumbrada por tenues velas. Al principio no le dio importancia pues pensó que se debía a la falta de electricidad. Ya había presenciado como los gadgets más modernos se descomponían, y las personas poco a poco se refugiaban en aparatos de años cada vez más lejanos, evidenciando la acentuada obsolescencia programada en la que vivíamos. Al llegar la noche fue cuando le extrañó notar en la parte alta, un departamento del cual se asomaba por la ventana una luz característica de un foco.
A la mañana siguiente les preguntó el motivo del desecho de los aparatos que aún tenían utilidad. La familia le respondió que aquellos aparatos eran parte de la maldad que los acechaba, de la catástrofe suscitada. Pues los científicos con sus innecesarios avances tecnológicos abrieron la caja de pandora al desafiar los límites que nos rigen. Observaron cómo los conocimientos se utilizaron para construir armas, pero no se detuvieron. Crearon bombas que mataron a millones de personas y tampoco lo hicieron. Continuaron perfeccionando sus armas de destrucción que ahora nos consumen. Y siguen sin detenerse, creyendo que ese ente blasfemo llamado ciencia nos salvará. Parece que solo nos queda eliminar la tecnología y volver a los tiempos de antaño en armonía con la naturaleza.
Intenté desacreditar lo que le dijeron a Gerardo por la manera en que se deshicieron de sus recursos. Pero no pude evitar saber que pese a eso, mencionaron detalles en los que tenían razón; debimos haber tenido límites. Sin embargo, los límites actualmente trazados son inútiles. Están tintados de retroceso tecnológico que ya no son suficientes, pues hasta la naturaleza nos ha abandonado. Estamos solos, sin raíces, viendo como aquel edén agónico nos rechaza y esparce nuestro veneno, buscando inyectárnoslo.
Era cierto que sin conocimientos, nunca hubiésemos podido construir aquellas bombas. Pero una condición necesaria para un evento malo, no indica que la condición, como lo fue el poseer conocimiento, sea mala. De hecho, a la ciencia, aun cuando nos refiramos a está como un ente, al carecer de capacidad de decisión independiente, no podemos aplicarle juicios de valor.
“¿Será que la extinción de la humanidad es algo inevitable ante su naturaleza ambiciosa?”, me preguntaba. La ambición nos ha permitido construir nuevas tecnologías que han beneficiado a la humanidad. Sin embargo, existe una línea delgada cuando esta, aunada con la curiosidad, produce cosas fructíferas, en comparación a cuando va de la mano con la codicia y envidia, concibiendo decadencia. La culpa de lo acontecido es claramente del ser humano, pero pienso que lo ocurrido pudo haber sido evitado. Los científicos estamos en una posición diferente, nosotros hermanados por la curiosidad, debimos actuar éticamente, mediar en aquella delgada línea y detenerlos en sus ambiciones desmedidas. No porque fuésemos especiales, sino porque nuestro conocimiento nos asignaba ese deber. Nosotros debimos haber sido el límite de lo que fue y lo que debió haber sido, pero no hicimos nada.
Al oír aquellas anécdotas, me di cuenta que había muchas personas que sufrieron más que yo. Tenía tiempo que no me detenía a pensar y tratar de sentir las emociones de otros. Las guerras también te consumen por dentro, se llevan parte de ti, y acompañadas con una crisis como esta, te hacen olvidar que existe un mundo a tu alrededor.
Me encontraba cavilando en estas ideas cuando nos informaron que al fin llegarían los recursos en unas horas.
Estábamos muy agotados después de las largas jornadas de trabajo en estos últimos meses. Transcurríamos días y noches desvelándolos, revisando las modificaciones del transbordador para su correcta adaptación y ampliación a los tanques de captación de agua. Cuando finalmente mi equipo terminó los ajustes solicitados del orbitador, me encontraba analizando el despegue y aterrizaje de éste en Marte, por lo que supuse tendría que realizar un tren de aterrizaje adicional para una superficie gélida, siendo que el tren original será requerido. Además de la adaptación de un tanque desechable de combustible que no se desintegre al salir de la Tierra, pues sería requerido para la propulsión del despegue en Marte, que afortunadamente requiere de una menor velocidad de escape.
Busqué a Darren en el Instituto de Ingeniería de Propulsión. Al llegar ahí, visualicé algo inesperado. Lo que estaban construyendo no parecían tanques de carga para agua, pues su interior estaba siendo seccionado en compartimentos, además de que le estaban colocando lo que parecía un pequeño propulsor iónico. Comenzaba más a tomar forma de sonda que de un tanque.
—Buenas tardes Bernard. Hay buenas noticias -me dijo Darren al verme–. Pese al problema del colapso del estado de Kazajistán en medio de las negociaciones, han recuperado con éxito el Cosmódromo de Baikonur. Por lo que inmediatamente podremos enviar un equipo que realice los ajustes del orbitador.
—¡Genial! –le respondí entusiasmado. Aún con la mente ocupada en lo que acababa de vislumbrar–. Aprovechando, te quería comentar sobre unas modificaciones en el tren de aterrizaje y un tanque de combustible para el despegue y aterrizaje en Marte.
—No te preocupes por eso –me respondió afectuosamente ignorando mis palabras–. Te quería solicitar algo. Necesito que construyas un sistema de navegación automático e interplanetario.
—¿Qué sucede? –le pregunte serio–. Me ignoras cuando te hablo de los requerimientos del viaje a Marte. Me pides que construya un sistema de navegación ante un viaje tripulado. Asimismo observo en este lugar supuestos tanques para agua con propulsores independientes. ¿Qué rayos sucede? –finalicé gritando, con un ligero tono de ira.
Darren bajó la cabeza evitando responderme, pero un colega suyo se acercó tocándole el hombro como si le mostrase su apoyo. –Debemos decirle– le susurró. Aquel que creía mi amigo se repuso y comenzó a hablar.
—El proyecto Indlandsis es una mentira. Buscábamos obtener recursos para nuestro objetivo real. Tú sabes que aun con la crisis el mundo sigue funcionando igual, pero nuestro objetivo lo hubiesen visto irrelevante. Teníamos que encontrar la manera de encubrirlo para realizarlo. En realidad, lo que queremos es llevar a cabo la panspermia, esparciendo la vida en el cosmos.
Estaba estupefacto ante sus palabras; todo por lo que estuve trabajando era una mentira. Nunca hubo esperanza. Solo ilusionamos a la personas con un futuro mejor, cuando lo que intentábamos era esparcir la semilla de vida en el universo, queriendo definir el futuro en nuestra última aspiración como dioses.
—¿Por qué no intentamos el proyecto Indlandsis primero? Una vez que dé frutos, tendremos tiempo para cumplir la panspermia –le sugerí.
—Lo siento Bernard. Lo del Curiosity fue una mentira –dijo avergonzado de sí mismo–. El Indlandsis es irrealizable. Tú mismo habías llegado a esa conclusión. Ir varias veces a Marte, extraer el agua de la estación y mantener un suministro constante hubiese sido posible hace una terna de lustros. Sin embargo, en la actualidad nuestra tecnología es menor, está limitada. Nosotros solo llegamos a la opción que nos pareció más racional: tuvimos que pensar por el futuro y la vida.
—Les dan falsas esperanzas a las personas –le respondí indignado.
—Tú, como científico, deberías entender nuestras acciones, solo buscamos lo mejor –me dijo Darren en sus intentos por conseguir mi apoyo.
—Lo entiendo. Soló hacen lo correcto. Pero de la forma incorrecta. –Terminé cortante y me marché sin mirar a nadie.
Pasaron los meses de manera fugaz. Yo trabajaba con el dispositivo de navegación cuando se dio un protocolo de emergencia por una nube de vapor de agua contaminada. Esto nos obligó a permanecer encerrados durante varias semanas. Tuvimos suerte de que no precipitase, pero hubo qué esperar a que las partículas se dispersasen hasta alcanzar niveles bajos de radiación y poder salir.
Aproveché el tiempo perfeccionando el sistema de navegación. Este funcionaría mediante varios sensores acoplados a un programa de análisis y simulación. A los cuerpos cercanos detectados les determinaría sus componentes principales mediante el análisis de los espectros de reflexión asociados. Con esto y mediante la radiación térmica medida, por ley de Steffan, se obtiene una temperatura aproximada del cuerpo. Por las interacciones gravitatorias con otros cuerpos se aproxima su masa. Así se llegan a clasificar estrellas, planetas, cometas. En cuanto a las características de los planetas, el sistema va definiendo la geodésica a recorrer, corrigiendo el error por el ajuste del giroscopio.
Aun así, el encierro resultó abrumador. Algunos se angustiaron tras unas semanas y dejaron de rendir lo suficiente, lo que me forzó a ayudar en construcciones. Desde lo ocurrido con Darren, solo hablaba con mis colegas para lo indispensable. Esto ocasionó que el ambiente fuese muy tenso y los días se sintiesen más desesperantes.
De vez en cuando oía a mis colegas susurrar a mis espaldas, sus rostros se mostraban apesadumbrados debido a que sabían que me habían ocultado algo importante. Uno en particular bajaba su cabeza evitando mirarme, supongo creía que lo odiaba por sus acciones, pero no era así. Creo que estaba pasando por lo mismo que yo, sabía qué hacía lo correcto, pero no podía evitar sentir culpa. En mi caso, sé que no era mi idea, que podía apelar a mi ignorancia al efectuar mis datos, pero era mi responsabilidad y eso me hacía sentir culpable. Aún con lo agobiante de la situación, con el tiempo se fueron acostumbrando a mi indiferencia.
Cuando al fin pude salir al aire libre, fue tranquilizante. Di un paseo buscando desahogarme de la soledad. Pude ver desde lejos como la contaminación del río Rin iba en aumento, consumiendo con su paso la flora y fauna circuncidante y dejando una estela árida con cucarachas, insectos y algunas aves muertas, la cual se intercalaba con flores y plantas marchitas.
Continué mi paseo cuando vi a una agente de la UE, quien estaba sentada y alzando sus manos hacía arriba, moviéndolas de un lado a otro, como si intentase atrapar algo. Me acerqué con curiosidad por ver lo que hacía.
—Una mariposa –me susurré cuando vislumbré aquel insecto que volaba entre sus manos.
—Ah, hola –dijo sorprendida al darse cuenta de mi presencia. Se levantó de inmediato e intentó marcharse, como evidenciando que hacía algo incorrecto.
—No te vayas –le dije en un intento de comenzar una plática, algo que añoraba desde hace tiempo para salir de la soledad de mis pensamientos–. Es muy bella esa mariposa.
—Sí –respondió–. Te hace olvidar un instante la miseria del mundo en el que vivimos.
Es agradable ver la belleza surgiendo de la destrucción, como una hermosa nebulosa surgiendo de la muerte de una estrella. Existen mutaciones que dan lástima, en las cuales solo ves un ser vivo sufriendo. Pero cuando surge la belleza, cautiva, como en el caso de esas enigmáticas formas y colores de una nueva clase de mariposa. Es algo que te llena de alegría ante la decadencia de este mundo.
—¿Tú eres de los agentes que se encargan de monitorear la radiación y establecer el perímetro no es así? –Le pregunté señalando un detector de radiación que acababa de notar asomándose de su bolsillo.
—Sí –me contestó secamente.
—Debe ser un trabajo peligroso –dije, tratando de continuar con la plática.
—Lo es. –Respondió cabizbaja al momento que algunas lágrimas brotaban de sus ojos.
—Lo siento, entablé un tema que no debía –me disculpé.
—No te preocupes –me dijo mirándome mientras se le dibujaba una endeble sonrisa, rápidamente alcanzada por unas lágrimas–. En los momentos que se recuerda el pasado es cuando más nos damos cuenta de lo que perdimos. Ahora sólo hay un contacto constante con la muerte. Yo he visto parvadas de aves, grupos de insectos y manadas de animales emigrar buscando refugio y alimentos ante el cambio climático. Sin embargo, tristemente no era lo único de lo que debían huir. Caían desfalleciendo uno a uno en el suelo cuando los alcanzaban ráfagas llenas de radiación. –Sollozando, continuó–. Extraño ver a las aves volar sin tener miedo a verlas caer repentinamente muertas.
—La vida se repondrá. No lo presenciaremos, pero nos podemos dar el lujo de que creer que lo hará –le dije, triste ante sus palabras e intentando animarla–. Las nuevas especies de aves e insectos volarán libres, sin temer en el renacer de un nuevo edén. Ve aquella mariposa con la que estabas maravillada, cómo adquirió esos colores y formas extravagantes mediante un proceso de mutación, una adaptación a este nuevo mundo. Las especies evolucionarán, se deformarán y adaptarán, principalmente los insectos. En el camino supongo observaste algunas cucarachas muertas –continúe mientras ella asentía–. Muchos creen que las cucarachas resisten la radiación, pero no es así. Los científicos no aludían a la resistencia de una cucaracha, sino a sus capacidades como especie. Al igual que muchos otros insectos, éstas tienen un alto índice de natalidad. Esto la hace una especie formidable. Les permite adaptarse a una catástrofe nuclear. Y cuando la radiación es moderada, esta actúa como un gran potenciador de la evolución.
—¿Dices entonces que todo lo que pasó es bueno? –expresó molesta.
—Depende del carácter que le asignes a la evolución. El hecho de evolucionar se da con el fin adaptativo de supervivencia, pero la radiación genera evolución simplemente por evolucionar, debido a las grandes mutaciones que causa. El detalle es que aun si está evolución que se da por radiación dio características buenas, no podrías detenerla ahí, podría continuar y generar deformaciones. La potencializa, más no te permite dirigirla hacía las características deseadas a la supervivencia de una especie.
—Desearía poder ver ese mundo repuesto de las heridas que le causamos –dijo denotando anhelo–. Como quisiera que la nación que provocó esto no la hubiésemos destruido para que sufriesen lentamente el resultado de sus acciones.
—Entiendo por qué lo dices pero a pesar de lo que hicieron, quiero pensar que este evento no fue del todo premeditado. Tal vez tenían como última opción ese protocolo de acción en el cual bombardearon la Antártida. O prefiero pensar que su ejecución fue algo accidental. Después de todo, sólo seres verdaderamente desquiciados usarían lo mismo que les permite vivir como un arma. –Finalicé.
Continuamos en silencio contemplando este mundo, tratando de imaginarnos el resurgir de una bella naturaleza. No supe su nombre, ni la volví a ver. Sólo convivimos un momento, pero eso basto para que los dos adquiriésemos un significado para el otro. Un apoyo, una alegría en tiempos de oscuridad.
El Consejo de la UE llegó unos días antes del despegue. Habían llegado supervisores, muchos ya enterados del verdadero objetivo, sin embargo habían logrado convencerlos. Al darle los informes al Consejo, ellos se enteraron de la existencia de una llave de seguridad que exigieron debería de tener Anke. Darren no tuvo otra opción; él creó esa llave para activar la misión en el momento oportuno, puesto que con otros tripulantes habría peligros. Días después, el Consejo, Darren y otros colegas partieron hacia el Cosmódromo de Baikonur. Algunos los despedían efusivamente. Yo sólo le di un cordial abrazo a mi viejo amigo sin decir una palabra, aun a sabiendas que no lo volvería a ver.
Meses después seguía consumiéndome la culpa por darles esperanza a las personas de Colonia, quienes se mostraban amables con nosotros. Quería acabar con eso, arreglar lo que había hecho. Pensé en suicidarme y conseguí un veneno. Pero era débil, no era capaz de tomarlo. Aquel lugar me parecía sofocante, sentía cómo las personas nos admiraban, sin ver lo que éramos en realidad. Ya no aguantaba ese lugar. Tomé un par de botellas con agua, mi veneno y decidí huir.
Seguía divagando en la penumbra de mis pensamientos. A veces sentía un poco de alegría, de satisfacción al pensar que alguna vez podrá existir un mundo mejor, seres vivo mejores. Pero esté solo era un sueño, una esperanza que sólo a mí y unos cuantos nos satisface. Cuando más sentía culpa es cuando más recordaba a Darren preguntándome “¿cómo mantendrá la situación allá arriba?” Conforme seguía meditando, mis dudas y preguntas aumentaban. “¿Cómo Darren ha manejado los remordimientos hasta este momento?”
* * *
Estaba observando la estrellas cuando me di cuenta que ya estábamos en el espacio. Pero había un problema que no sabía cómo abordar. La señorita Zwann era muy estricta y no me daría la llave fácilmente. Pasé meses reflexionando cómo abordar la situación. En ocasiones me acordaba de mi viejo amigo Bernard, en su resentimiento por mis acciones, en su abrazo silencioso como última despedida. Él reprobaría la decisión que finalmente tomé: matar a los miembros de la UE, con un arma que había escondido en la nave para cuando el aislamiento me llevase a la demencia. Era horrible mi decisión, pero no importaría, me había convencido de que todos moriríamos ahí.
Estaba nervioso, jamás había disparado un arma, pero tenía que hacerlo. Iba en búsqueda de Anke con mi arma en mano cuando me encontré a David, el otro tripulante de la UE. Vio el arma y asustado intentó quitármela, pero le disparé dándole en el pecho. No contemplé que yo también saldría disparado en dirección opuesta, pues sin la gravedad suficiente no podría responder con la fricción adecuada al momento. Me golpeé con un tubo en el hombro que me lo dislocó; inmediatamente el dolor me hizo soltar el arma. Vi entrar a Anke. Al ver a David, encolerizada se abalanzó hacia el arma. No pude actuar tan rápido como ella. Tomó el arma y al instante me disparó en el estómago. Sentí un dolor acompañado de un flujo de fulgor ardiente. Ella también salió disparada pero contuvo la fuerza con sus pies contra la pared. El último tripulante, colega mío, finalmente apareció. Quedó paralizado a ver a Anke con el arma, quien al desconfiar de él también le disparó, perforándole un pulmón. Un gran momento de silencio nos invadió; solo intercambiaba miradas con Anke hasta que finalmente habló.
—¿Por qué intentaste matarme, Darren? –Preguntó perturbada.
—Cumplir nuestra misión es imposible –le dije.
—Entonces, ¿cuál es la razón por la que hicieron todo esto, por qué viajamos al espacio? –preguntó Anke, cada vez más confusa.
—Por un futuro. Como humanos buscamos nuestra supervivencia, pero como científicos, nosotros no solo velamos por la humanidad, es nuestro deber velar por la vida y el conocimiento. Cuando la extinción de la humanidad es inevitable, sólo nos queda velar por lo que esté a nuestro alcance. Nuestro objetivo real es llevar acabo la panspermia; para ello construimos sondas que llevan una diversidad de microorganismos y conocimientos grabados en este. En otras palabras, para propagar la vida y el conocimiento por el universo.
—Interesante. El Consejo y yo sospechábamos que ocultaban algo, pero nunca me imaginé que fuese algo así– mencionó asombrada–. Entonces será el fin de la vida en la Tierra, de nosotros, y sólo quedaremos en el olvido. ¿No es así?
—Es casi seguro que la vida continúe en la Tierra cambiando y prosperando en un sublime proceso de evolución, pero los humanos ya definimos nuestro fin. Si morimos simplemente nuestra existencia carecerá de sentido. No seremos más que unos fósiles olvidados. Nosotros contribuimos al futuro con el conocimiento de nuestros errores. Contribuiremos a la vida misma. Aun si fuésemos olvidados, sabremos que nuestra existencia se volvió fundamental para el futuro.
—Pero dime, viendo las acciones, la destrucción causada por los humanos. ¿Sirve la vida? ¿Por qué mantener y esparcir la vida, lo que corrompe al universo?
—A la vida no puedes asignarle características de utilidad fuera de sus concepciones, pues necesitarías que lo inanimado pueda aplicar juicios de valor para definir utilidad de un universo sin vida. Pero en lo personal, un universo lleno de rocas y estrellas carecería de sentido. Además la destrucción existirá sin la vida, en cambio no existirá quien aprecie la belleza del universo sin la vida y después de todo, la vida misma, es algo hermoso de ser apreciado.
—Tú te justificas en la evolución. Pero yo creo en Dios –dijo Anke, tratando de ignorar mis palabras.
—Yo no soy creyente, pero entiendo. Recuerda que hay cosas que solo dependen de nosotros. En ocasiones, Dios solo nos da la posibilidad pero al final los actos dependen de nosotros. Y el que intentemos que la vida continúe, ¿en que podría enojar a Dios? Después de todo si piensas que es su gran obra, sería nuestro deber postergarla, ¿no lo crees?
—¿No crees que en algún lugar en el universo hay vida, quizás más inteligente que nosotros, que no está discutiendo estas tonterías? ¿No era mejor luchar hasta el final por nuestra supervivencia? –me preguntó.
—No podemos luchar por algo que ya no existe. Quisiera creer que en algún otro lugar en el universo hay vida inteligente, pero el hecho es improbable, una posibilidad debajo a la de obtener una gran obra literaria por un mono tecleando símbolos durante una infinidad de tiempo. No me malinterpretes, creo que hay vida, pero no inteligente, pues si el hecho de la vida ya es un milagro, pedir que sea inteligencia es demasiado.
—Justificar la existencia de vida inteligente solo por la inmensidad del universo es algo que me parece risible; es algo más complicado que eso. El universo es un lugar hostil, demasiado en realidad. Planetas en llamas siendo bombardeados por asteroides, o radiación de supernovas que eliminarían toda vida en espacios millones de veces más grandes que el sistema solar. Piensa en el milagro de la vida en algún lugar del universo, en la increíble suerte que tendría al eludir todo tipo de cataclismo por millones de años para su evolución. Añádele la suerte adicional que tendrá para que en todo ese tiempo no colapse por la propia mano de una civilización, por guerras, y reponerse de todas las que tuvieron, de no malgastar sus recursos e inclusive de tener otro planeta en sus cercanías con suficientes recursos útiles para permitirle salir del planeta de origen. ¿Entiendes lo que digo? No es que no crea que haya existido vida inteligente en algún punto del tiempo en la existencia del universo, sino que en este momento la existencia de otra vida inteligente adicional a nosotros es realmente baja, y es algo que podemos catalogar como imposible. No quiero pensar en el hecho de que una vida haya sobrevivido lo suficiente para trascender sus límites de inteligencia y extenderse por el universo. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta posibilidad puede aumentar: al asegurar el futuro de la vida, un evento así podría ocurrir.
—Los antiguos querían creer que somos especiales, que debíamos estar en el centro del universo y el sol girando a nuestro alrededor, pero no es así. Y cuando lo descubrieron, se sintieron humillados, como si les dijesen que no eran importantes, que todo puede continuar sin ellos. Pero a esa humillación le debemos la vida. No estamos en el centro de la galaxia, al contrario, estamos delegados a la periferia, a una relativa tranquilidad, una tranquilidad que permitió la existencia de vida el suficiente tiempo hasta llegar a nosotros.
—Por eso creemos en esta misión. La probabilidad de que tenga éxito es increíblemente baja pero la tranquilidad de esta zona en el universo es la que nos da esperanza. La que nos hace creer que es mejor intentarla que el fracaso que será intentar salvarnos. Esto es lo que anhelo. Este será nuestro legado, no sólo como científicos sino también como humanos: no llevar lo que hicimos al futuro sino esperar que lo que depare sea mejor. Que lo sucedido nos haya enseñado lo que importa en realidad como nuestro último acto en tanto especie, no a aspirar a ser algo más, sino a ser seres dignos que aprecian la vida y el conocimiento.
—Por favor –le decía mientras mi voz se volvía más endeble, que figuraba un tono suplicante–. Necesito que utilices la llave y efectúes la misión.
Anke parecía un poco convencida por mis palabras. Ella solo dijo que a estas alturas ya no podíamos hacer algo más. Insertó la llave que activaba el botón y lo presionó. Un gran estruendo sonó en el orbitador. Me imaginé cómo se despegaba partes de este. Por la ventana pude ver cómo se separaban las sondas ante una explosión del impulso inicial, comenzando a perderse en distintas direcciones en la oscuridad del espacio.
Anke me hizo el favor de arrastrarme lentamente hasta una pared en la que los dos reposamos y nos quedamos observando la Tierra. Hablamos de lo hermosa que se veía y de recuerdos que teníamos mientras alguna lágrima salía de nuestros ojos. Ella siempre se me figuró imponente pero ante tal situación, cualquiera mostraría su docilidad.
—No se parece mucho a las fotos que había visto de la Tierra –dijo Anke.
—Cambió mucho en la última década, principalmente al final de la Cuarta.
Podíamos ver la tierra quemada, herida por nuestras manos, que intentaba reponerse de nuestra existencia y ocultaba en sus aguas la mayoría de sus heridas, como si estuviese avergonzada de habernos criado. Pero a pesar de eso, era hermosa, un azul pálido que daba nostalgia, que me recordaba mi vida.
Ahí yacíamos nosotros, hundidos en un mar infinito de luces fluctuantes, que nos rodeaban y sin embargo nos abandonaban en esta eterna oscuridad vacía, mientras contemplábamos nuestro hogar perdido. Ahí estaba la Tierra, un cristal azul contrastando con las luces tintineantes de la inmensidad del cosmos. Esas estrellas, nebulosas y galaxias que parecían fijas, perpetuas, y que, sin embargo, algunas, como nosotros, estaban pereciendo en este mismo instante.
Ese pequeño punto azul perdido en ese momento de la eternidad, donde alguna vez existió la vida, donde alguien soñó con volar, con alcanzar el cielo estrellado. Donde existió una especie que segada por sus ambiciones, se consumió a sí misma.
Ahí yacían nuestros recuerdos, nuestra historia, nuestras ilusiones y lo que fuimos. Las persona que amamos, las que odiamos, las sonrisas inolvidables, las lágrimas que derramamos. Todas nuestras ideas, conocimientos y emociones, ocultos en este pequeño punto del cosmos, esperando volver a ser descubiertos.
—He ahí la Tierra, nuestro único hogar, donde alguna vez una especie anhelo a ser más que simples seres vivos.
* * *
Después de aquellas palabras de Darren, que me conmovieron y me hicieron derramar lágrimas como no recordaba, continuamos varios minutos en silencio, el cual era roto en algunos pequeños momentos por un recuerdo que a alguno le llegaba a la mente. Sentía como nos esforzábamos por disfrutar estos últimos momentos mientras nos alcanzaba la muerte.
Pasaba la hora de cumplida la misión cuando Darren dejó de articular palabra alguna y cayó en el silencio eterno, difuminándose con la soledad del espacio como si pasase a ser parte de éste. Recién lo conocía pero no pude evitar sentirme triste, sentir cómo la soledad me abrazaba y comenzaba a asfixiarme.
—Creo que ahora solo me queda tu compañía –me susurré a mí misma en un intento desesperado por olvidar mi soledad, mientras acariciaba el arma y continuaba viendo aquella cristalina canica azul.
* * *
Habían pasado un par de días desde mi huida de Colonia. Después de intentar dormir en el frío, me sentía agotado. Decidí detenerme en un suburbio a descansar. Encontré una calle plácida en la cual se asomaba el sol; me recosté para calentarme. Tiempo después pasó un hombre y se me quedó viendo. Pese a la situación, tuvo compasión por mí y me dio posada.
Camino a su casa noté que un niño nos seguía, escondiéndose detrás de cada muro que encontraba. Aquel hombre me contó que no me preocupase, que sus padres murieron por envenenamiento hace unos meses y que en ocasiones se hacían cargo de él. Pero como su casa no era su hogar, solía escaparse seguido, algo comprensible después de todo lo que el pequeño había pasado.
Al llegar a su casa y presentarme a su esposa, quedé atónito. Ella estaba embarazada. Había pasado mucho tiempo desde que no veía un embarazo. En estos tiempos no era algo común ni deseable.
—Disculpen mi intromisión, pero ¿por qué planean traer un niño a este mundo, considerando la situación actual? –pregunté con desconcierto. Pese a la incomodidad que dibujaron en su rostro por mi pregunta, ella me contestó:
–Porque hay esperanza. Pronto aquel equipo de científicos en Colonia cumplirá su objetivo. Francamente mi esposo y yo no lo teníamos contemplado antes de enterarnos de aquel proyecto. Dado que el mundo ya no puede estar en peor situación, ellos nos han dado la confianza de que todo mejorará, que habrá un lugar mejor en el que nacerá nuestro hijo.
Sentí una adrenalina escalofriante recorrer mi cuerpo. Un tumulto de ideas comenzaron a ir y devenir en mi mente. No podía controlarme. Entonces me solté en un llanto ahogado. Caí de rodillas al suelo y solo podía observar sus siluetas fijas y paralizadas mientras todo comenzaba a darme vueltas. Estrellé mi cabeza contra el suelo, en mi desesperación por terminar esto, hasta quedar inconsciente.
Desperté en cama desconcertado y recordé lo sucedido. Me levanté y tomé mis cosas rápidamente para salir corriendo de allí. Percibí que la pareja me habló pero los ignoré, seguí hasta que mis pasos me hicieron llegar a la orilla del río Rin.
Dar falsas esperanzas a las personas mientras mueren lentamente era algo horrible. Pero el que esas falsas esperanzas traigan nuevas vidas a sufrir no es menos que un acto de crueldad. Tomé el veneno y vertí un poco en una de mis botellas con agua. En ese instante apareció a mi lado aquel niño que estaba sólo, me miró sonriente y me dijo que todo estaría bien.
Se sentó a mi lado y tomó mi mano afectuosamente. Podía sentir cómo buscaba reconfortarme. Él perdió a sus padres, a su vida. Pese a eso, me animaba con las falsas esperanzas que le habíamos brindado. Me imaginé su vida de sufrimiento mientras podía ver su boca reseca pedir agua a gritos. En un estúpido acto autocomplaciente, le di mi botella, anhelando que dejase de sufrir, como si intentase redimirme de mis acciones. Lo vi tomando el agua, saciándose como si no hubiese mañana, y no lo habría. Cuando tomé el veneno directo del recipiente, tuve la sensación de éste quemando mi garganta lenta y suavemente.
Las lágrimas corrían por mis ojos mientras levantaba mi mirada con lentitud hacia el cielo. Podía sentir la esperanza de aquel niño como si tocase mi ser, como una llama ardiente quemando mis entrañas. Mi agonía no parecía suficiente ante mis retumbantes pensamientos de culpa. “Merezco sufrir más”, pensé al momento que anhelaba mi muerte, perdiéndome mirando al cielo y desvaneciéndome.
A continuación, puedes descargar el cuento si lo deseas.